30 octobre 2013, à 04:13
Milson Salgado
He leído el artículo que el señor Juan Ramón Martínez, ha escrito en el Diario la Tribuna, titulado: “Entendiendo a Bertha”. Lo he leído no con sorpresa, porque de sobra he observado, que la mayoría de posicionamientos del señor Juan Ramón Martínez, son contracorriente de juicios elementales y de circunstancias y motivaciones de sentido común. Sin embargo, la inmunidad que comporta su espacio en diferentes diarios del país, y nuestro vulnerable papel de simples espectadores, más temprano que tarde, me han inducido a expresar algunas aclaraciones, que en este acto pretenden encontrar eco, para que las opiniones de los columnistas no sean aburridos y amortajados soliloquios, y se allane la promoción de antítesis coherentes, para el auxilio de las no pocas subdesarrolladas posturas de opinión, y para que del absurdo se resuelvan conflictos dialécticos o se encuentren senderos para orientar el necesario debate.
El artículo “Entendiendo a Bertha”, es una descalificación escandalosa y cobarde que pasa inadvertida como reflejo de un mundo dominado por hombres, que rehúsan a entender que en Honduras existen mujeres no solamente superiores en inteligencia sino también con esa rebeldía que no comprenden los acomodados, incluso, para exponer sus vidas y su buen nombre en un país de sintaxis y de semánticas prostituidas.
Bertha Cáceres, es el epicentro de ataque del señor Martínez, quien con argumentos ideológicos manidos y con pretendidas y no dominadas ironías, pervierte su figura protagónica de defensora de los derechos indígenas, bajo la acusación de que su actuar responde a oportunistas motivaciones económicas de Organizaciones No Gubernamentales extranjeras e invade con defectuosos subterfugios, que no escapan a la literalidad más obvia, su vida familiar calificándola de disfuncional como provocadora de frustraciones que encuentran cause en una lucha irracional contra la benemérita empresa estatal de la República de China Comunista, la hidroeléctrica Agua Zarca, en Intibucá.
Somos conscientes del necesario cambio de matriz energética en el país, no obstante, el marco civilizatorio democrático que nace de los consensos y de la naturaleza intrínseca de las democracia representativa que Usted tanto defiende, han eliminado las discrecionalidades y las decisiones autoritarias; y al ser Honduras, signataria del Convenio 169 de la OIT, que por incorporación automática del artículo 16 constitucional, desarrolla el concepto de Pueblos Indígenas, con derechos universales de libre autodeterminación, obligan inexorablemente al Estado nacional constituido en la lógica de una visión univoca de nacionalidad, a proponer bajo los conceptos de respeto a las culturas originarias, el reconocimiento de nuevas nacionalidades, la Consulta Previa y el Consentimiento Libre e informado, antes de la ejecución de cualquier proyecto de inversión. Esta elemental explicación, no solo está incorporada en el Convenio 169 de la OIT, ni solamente está integrada en el bloque de constitucionalidad, ni únicamente puebla los imaginarios de los compañeros Lencas que saben más que nadie sus derechos, sino que también está consagrada en la sobreabundante jurisprudencia del sistema interamericano.
Por esas razones, pretender emparentar la lucha indígena de Bertha Cáceres en territorio Lenca, con una pugna ideológica marxista es una apreciación extremadamente simplista, superficial y bobalicona, y tan absurda como afirmar, que la Comisión Interamericana y la Corte Interamericana de derechos humanos que han dejado sentado las bases jurisprudenciales a favor de los Pueblos Indígenas, son órganos deliberativos de la internacional socialista. Un dejavú Mcartista no sustentable ni en la mitad del siglo XX en Estados Unidos y una fría terquedad en la media mañana del siglo XXI.
Además es importante afirmar, que cualquier recurso natural como los ríos, los bosques y los mares adyacentes a territorios indígenas, forman parte del hábitat natural de los pueblos indígenas y de la integridad de su territorio; y esta conquista es fruto del desarrollo del derecho internacional de los pueblos originarios. De ahí pues, que el Estado nacional no puede administrar unilateralmente con animus de dueño esos territorios, y la única alternativa, es recurrir a la consulta previa que no se realizó bajo ningún procedimiento administrativo para la concesión de la represa hidroeléctrica Agua Zarca.
Resulta patético que la lucha indígena, bajo el peso anémico de su pluma, se quiera asimilar a los movimientos de izquierda, sobre todo, porque para el movimiento indígena, estos sustentan sus proyectos históricos de emancipación en una modernidad europea que aunque se sienta simpatía por ella, pues transita caminos de justicia paralelos, pero lo hace bajo una visión monolítica de un ser humano explotado sin reconocer las diferencias culturales, al menos esa es la crítica que los líderes indígenas hacen a José Carlos Mariátegui; y porque la tradición de lucha de los pueblos lencas, se remonta al período de la conquista de Honduras -cuando Karl Marx no había ni nacido ni se aprestaba a causarles dolores de cabeza a los dueños del mundo-cuando el señor de la sierra se constituyó para la identidad de la posterior República, bajo el nombre emblemático de Lempira, en el héroe de la resistencia nacional contra la invasión española. Pero para Usted como para algunos falsos patriotas, los héroes deben ser de efemérides y de papel, puesto que los de carne, huesos y sangre estorban, es mejor broncearlos de mármol y visitarlos una vez al año, llevarles flores plásticas y obviar el peso inclaudicable de sus dignidades. Por ello, los indígenas son a la luz de su visión civilizadora anquilosada, los sujetos que protagonizan la barbarie en este supuesto paraíso occidental.
Bertha Cáceres es una líder indígena auténtica, y aunque se cree suspicacia en torno a su origen familiar, la pertenencia a un pueblo indígena está dada en función de la adhesión y de la integración cultural, y no de los criterios raciales anacrónicos, por los que usted sería, una mezcla de negro pardo cimarrón, pero bajo la luz de los categorizaciones actuales, es obvio que se identifica con los valores de la civilización occidental europea y estadounidense. Esto es muy apropiado, para explicar las cosmovisiones en relación a los asuntos de la sobrevivencia humana. Para un indígena el dinero no es lo más importante, pues, lo verdaderamente importante para él, es la categoría axiológica del buen vivir, un ethos defendido por Jurgen Habermas y Cornelius Castoriadis, miembros de la Escuela de Fráncfort, e incorporado en la legislación internacional, en el que solo se necesita lo indispensable para vivir plenamente la vida, compartir actos cultuales con los miembros del grupo, contemplar la naturaleza, amarla y asumirla como la madre de la fertilidad de la vida. Esta visión está muy lejos, Juan Ramón Marines de una cosmovisión occidental marcada por el lucro, las fábricas, la inmediatez y la explotación extractiva y no regenerativa de los recursos naturales.
Otro error, es creer que soslayando a la presunta agitadora, la lucha terminará, quizá así lo afirma, porque no conoce la sabiduría del pueblo lenca y se rehúsa a creer que lo de la resistencia indígena sea un asunto verosímil.
Padece de una asombrosa capacidad para escribir mal, y de crear escenarios e interpretaciones apócrifos, emulando a un desnutrido liliputiense orwelliano al servicio de los dos grandes hermanos siameses. Además, utiliza usted con gran irresponsabilidad el lenguaje que tanto le costó a Cervantes, recurriendo a un acento maniqueo de cliché y al chisme desgarrador de imágenes personales, y al sensacionalismo provinciano, propio de un periodismo de opinión de tercer mundo, y adolece de defectos ineludiblemente anejos a una estéril vocación no consumada.
Señor Juan Ramón Marines, la incorregible manía de saberlo todo, nos condena al infierno erial de la superficialidad y al suelo llano, a veces sinuoso y desértico de la falta de profundidad. Aunque afirmar eso, sería conferirle a Usted, una formación académica descuidada y reducida a la lectura de prólogos y de resúmenes de resúmenes, y eso no lo podemos mencionar, por nuestra inveterada formación cristiana de respeto a los mayores, y a la senilidad de unos pocos espíritus.
He leído el artículo que el señor Juan Ramón Martínez, ha escrito en el Diario la Tribuna, titulado: “Entendiendo a Bertha”. Lo he leído no con sorpresa, porque de sobra he observado, que la mayoría de posicionamientos del señor Juan Ramón Martínez, son contracorriente de juicios elementales y de circunstancias y motivaciones de sentido común. Sin embargo, la inmunidad que comporta su espacio en diferentes diarios del país, y nuestro vulnerable papel de simples espectadores, más temprano que tarde, me han inducido a expresar algunas aclaraciones, que en este acto pretenden encontrar eco, para que las opiniones de los columnistas no sean aburridos y amortajados soliloquios, y se allane la promoción de antítesis coherentes, para el auxilio de las no pocas subdesarrolladas posturas de opinión, y para que del absurdo se resuelvan conflictos dialécticos o se encuentren senderos para orientar el necesario debate.
El artículo “Entendiendo a Bertha”, es una descalificación escandalosa y cobarde que pasa inadvertida como reflejo de un mundo dominado por hombres, que rehúsan a entender que en Honduras existen mujeres no solamente superiores en inteligencia sino también con esa rebeldía que no comprenden los acomodados, incluso, para exponer sus vidas y su buen nombre en un país de sintaxis y de semánticas prostituidas.
Bertha Cáceres, es el epicentro de ataque del señor Martínez, quien con argumentos ideológicos manidos y con pretendidas y no dominadas ironías, pervierte su figura protagónica de defensora de los derechos indígenas, bajo la acusación de que su actuar responde a oportunistas motivaciones económicas de Organizaciones No Gubernamentales extranjeras e invade con defectuosos subterfugios, que no escapan a la literalidad más obvia, su vida familiar calificándola de disfuncional como provocadora de frustraciones que encuentran cause en una lucha irracional contra la benemérita empresa estatal de la República de China Comunista, la hidroeléctrica Agua Zarca, en Intibucá.
Somos conscientes del necesario cambio de matriz energética en el país, no obstante, el marco civilizatorio democrático que nace de los consensos y de la naturaleza intrínseca de las democracia representativa que Usted tanto defiende, han eliminado las discrecionalidades y las decisiones autoritarias; y al ser Honduras, signataria del Convenio 169 de la OIT, que por incorporación automática del artículo 16 constitucional, desarrolla el concepto de Pueblos Indígenas, con derechos universales de libre autodeterminación, obligan inexorablemente al Estado nacional constituido en la lógica de una visión univoca de nacionalidad, a proponer bajo los conceptos de respeto a las culturas originarias, el reconocimiento de nuevas nacionalidades, la Consulta Previa y el Consentimiento Libre e informado, antes de la ejecución de cualquier proyecto de inversión. Esta elemental explicación, no solo está incorporada en el Convenio 169 de la OIT, ni solamente está integrada en el bloque de constitucionalidad, ni únicamente puebla los imaginarios de los compañeros Lencas que saben más que nadie sus derechos, sino que también está consagrada en la sobreabundante jurisprudencia del sistema interamericano.
Por esas razones, pretender emparentar la lucha indígena de Bertha Cáceres en territorio Lenca, con una pugna ideológica marxista es una apreciación extremadamente simplista, superficial y bobalicona, y tan absurda como afirmar, que la Comisión Interamericana y la Corte Interamericana de derechos humanos que han dejado sentado las bases jurisprudenciales a favor de los Pueblos Indígenas, son órganos deliberativos de la internacional socialista. Un dejavú Mcartista no sustentable ni en la mitad del siglo XX en Estados Unidos y una fría terquedad en la media mañana del siglo XXI.
Además es importante afirmar, que cualquier recurso natural como los ríos, los bosques y los mares adyacentes a territorios indígenas, forman parte del hábitat natural de los pueblos indígenas y de la integridad de su territorio; y esta conquista es fruto del desarrollo del derecho internacional de los pueblos originarios. De ahí pues, que el Estado nacional no puede administrar unilateralmente con animus de dueño esos territorios, y la única alternativa, es recurrir a la consulta previa que no se realizó bajo ningún procedimiento administrativo para la concesión de la represa hidroeléctrica Agua Zarca.
Resulta patético que la lucha indígena, bajo el peso anémico de su pluma, se quiera asimilar a los movimientos de izquierda, sobre todo, porque para el movimiento indígena, estos sustentan sus proyectos históricos de emancipación en una modernidad europea que aunque se sienta simpatía por ella, pues transita caminos de justicia paralelos, pero lo hace bajo una visión monolítica de un ser humano explotado sin reconocer las diferencias culturales, al menos esa es la crítica que los líderes indígenas hacen a José Carlos Mariátegui; y porque la tradición de lucha de los pueblos lencas, se remonta al período de la conquista de Honduras -cuando Karl Marx no había ni nacido ni se aprestaba a causarles dolores de cabeza a los dueños del mundo-cuando el señor de la sierra se constituyó para la identidad de la posterior República, bajo el nombre emblemático de Lempira, en el héroe de la resistencia nacional contra la invasión española. Pero para Usted como para algunos falsos patriotas, los héroes deben ser de efemérides y de papel, puesto que los de carne, huesos y sangre estorban, es mejor broncearlos de mármol y visitarlos una vez al año, llevarles flores plásticas y obviar el peso inclaudicable de sus dignidades. Por ello, los indígenas son a la luz de su visión civilizadora anquilosada, los sujetos que protagonizan la barbarie en este supuesto paraíso occidental.
Bertha Cáceres es una líder indígena auténtica, y aunque se cree suspicacia en torno a su origen familiar, la pertenencia a un pueblo indígena está dada en función de la adhesión y de la integración cultural, y no de los criterios raciales anacrónicos, por los que usted sería, una mezcla de negro pardo cimarrón, pero bajo la luz de los categorizaciones actuales, es obvio que se identifica con los valores de la civilización occidental europea y estadounidense. Esto es muy apropiado, para explicar las cosmovisiones en relación a los asuntos de la sobrevivencia humana. Para un indígena el dinero no es lo más importante, pues, lo verdaderamente importante para él, es la categoría axiológica del buen vivir, un ethos defendido por Jurgen Habermas y Cornelius Castoriadis, miembros de la Escuela de Fráncfort, e incorporado en la legislación internacional, en el que solo se necesita lo indispensable para vivir plenamente la vida, compartir actos cultuales con los miembros del grupo, contemplar la naturaleza, amarla y asumirla como la madre de la fertilidad de la vida. Esta visión está muy lejos, Juan Ramón Marines de una cosmovisión occidental marcada por el lucro, las fábricas, la inmediatez y la explotación extractiva y no regenerativa de los recursos naturales.
Otro error, es creer que soslayando a la presunta agitadora, la lucha terminará, quizá así lo afirma, porque no conoce la sabiduría del pueblo lenca y se rehúsa a creer que lo de la resistencia indígena sea un asunto verosímil.
Padece de una asombrosa capacidad para escribir mal, y de crear escenarios e interpretaciones apócrifos, emulando a un desnutrido liliputiense orwelliano al servicio de los dos grandes hermanos siameses. Además, utiliza usted con gran irresponsabilidad el lenguaje que tanto le costó a Cervantes, recurriendo a un acento maniqueo de cliché y al chisme desgarrador de imágenes personales, y al sensacionalismo provinciano, propio de un periodismo de opinión de tercer mundo, y adolece de defectos ineludiblemente anejos a una estéril vocación no consumada.
Señor Juan Ramón Marines, la incorregible manía de saberlo todo, nos condena al infierno erial de la superficialidad y al suelo llano, a veces sinuoso y desértico de la falta de profundidad. Aunque afirmar eso, sería conferirle a Usted, una formación académica descuidada y reducida a la lectura de prólogos y de resúmenes de resúmenes, y eso no lo podemos mencionar, por nuestra inveterada formación cristiana de respeto a los mayores, y a la senilidad de unos pocos espíritus.