La explicación de su vida cortada con tal premura
Violeta Parra
Qué
tibia la vida, qué aromática. Qué tersa la piel de quien vive, sin
importar su edad, es una piel que se nota viva, fluyendo, respirando.
Así tenía todavía la piel Santos Benítez cuando fue llevado a medicina
forense. Era tan potente su vida que todas las horas tirado sobre el
suelo de su comunidad no la habían arrancado del todo, era tan intensa
su juventud, su cuerpo de trabajador del campo. Horas y horas pasaron
este fatal primero de mayo mientras un círculo de vecinos y compañeras
lo protegía para que no llegaran los bandidos de siempre a quitar
evidencia, a amenazar a las dolientes. Los bandidos, los asesinos, los
que lo mataron. Sólo por intermediación del COPINH se permitió que se
acercaran los representantes de estas instituciones de tan pésima
reputación a dizque hacer su trabajo, aunque sabemos que lo que menos
hacen es justicia. Qué hartas estamos de ellos.
Afilando un
machete para trabajar Santos ocupaba su territorio ancestral, en el
patio de su casa, territorio en lucha por su legalización. Llegaron, él
y su mamá estaban por almorzar, rodeados de costales de café y maíz que
Santos llevaba como producto de su trabajo árduo. Vivían solo los dos.
Entraron
como siempre lo hacen con sus uniformes, sus prepotencias, sus
amenazas. Buscaban a un hermano de Santos metido en un pleito con otros
hombres. No estaba en el lugar, los dos habitantes de la casa les
reclamaron su abuso de autoridad y los modos en que se dirigían a ellos.
Atacaron a Santos, él se defendió con el machete, su mamá trató de
defenderlo con un palo, los hombres tenían fusiles. Dos tiros de
cerquita y suficiente, con menos hubiera sido suficiente. Dos
uniformados con fusiles reglamentarios comprados con el dinero del
pueblo de Honduras frente a una mujer de 72 años con un leño y un joven
de 24 con un machete. Ahí terminó el evento, cerca del gallinero de su
casa, Santos no pudo despedirse de nadie, y se fue lentamente del cuerpo
que más tarde forenses habituados a estos misterios abren y revisan.
Los lencas no están acostumbrados a ver cuerpos vaciados, para ellos es
profanación, ¿acaso no lo es? Había que hacerlo para encontrar las
evidencias criminales frente a un sistema absurdo e ineficiente, que sin
embargo seguimos reconociendo, casi que por la fuerza, todavía, y lo
hacemos porque el círculo alrededor de Santos Alberto, ese círculo de
su comunidad ha crecido, y ahí están sus hermanas y hermanos copines
repartidos en tantos lados, ahí la solidaridad de gente anónima y
conocida que manda sus gestos de apoyo, su fuerza. Y de ahí no nos vamos
a quitar, y será ese círculo el que hará la justicia, no ellos.
La
última vez que la gente del COPINH vio a Santos, estaba jugando pelota y
después bailando con el conjunto de cuerdas en una celebración por los
logros de la lucha indígena. Unos meses antes anduvo marchando en
Tegucigalpa, en una marcha antiimperialista.
A santos le gustaba jugar
A santos le gustaba bailar
A santos le gustaba luchar
A santos lo mató la policía. Lo mató la policía. Lo mató la policía.
Hoy
tres de mayo es un día sagrado para el pueblo lenca. Se le da chicha y
sangre de aves a la tierra para curarla y pagarle sus favores, para que
sea buena la cosecha del maicito que se hace vida en nuestros cuerpos.
El ritual es antiguo, es voluntario y de fiesta.
Hoy quedó el
cuerpo de Santos en su tierra sagrada. Puedo asegurar que nadie del
COPINH, ni de la comunidad de San Bartolomé hubiera querido dejarlo ahí,
tan jovencito, tan lleno de vida que ni la muerte se atrevió a quitarle
pronto.
El pueblo lenca lo acompaña con rostros de pesar, lloran por dentro. Por fuera las palabras son de obsidiana.
melissa cardoza
La Esperanza, Honduras, territorio en lucha.