viernes, 4 de mayo de 2012

SANTOS ALBERTO de Melissa Cardoza

La explicación de su vida cortada con tal premura
Violeta Parra


Qué tibia la vida, qué aromática. Qué tersa la piel de quien vive, sin importar su edad, es una piel que se nota viva, fluyendo, respirando. Así tenía todavía la piel Santos Benítez cuando fue llevado a medicina forense. Era tan potente su vida que todas las horas tirado sobre el suelo de su comunidad no la habían arrancado del todo, era tan intensa su juventud, su cuerpo de trabajador del campo. Horas y horas pasaron este fatal primero de mayo mientras un círculo de vecinos y compañeras lo protegía para que no llegaran los bandidos de siempre a quitar evidencia, a amenazar a las dolientes. Los bandidos, los asesinos, los que lo mataron. Sólo por intermediación del COPINH se permitió que se acercaran los representantes de estas instituciones de tan pésima reputación a dizque hacer su trabajo, aunque sabemos que lo que menos hacen es justicia. Qué hartas estamos de ellos.
Afilando un machete para trabajar Santos ocupaba su territorio ancestral, en el patio de su casa, territorio en lucha por su legalización. Llegaron, él y su mamá estaban por almorzar, rodeados de costales de café y maíz que Santos llevaba como producto de su trabajo árduo. Vivían solo los dos.
Entraron como siempre lo hacen con sus uniformes, sus prepotencias, sus amenazas. Buscaban a un hermano de Santos metido en un pleito con otros hombres. No estaba en el lugar, los dos habitantes de la casa les reclamaron su abuso de autoridad y los modos en que se dirigían a ellos. Atacaron a Santos, él se defendió con el machete, su mamá trató de defenderlo con un palo, los hombres tenían fusiles. Dos tiros de cerquita y suficiente, con menos hubiera sido suficiente. Dos uniformados con fusiles reglamentarios comprados con el dinero del pueblo de Honduras frente a una mujer de 72 años con un leño y un joven de 24 con un machete. Ahí terminó el evento, cerca del gallinero de su casa, Santos no pudo despedirse de nadie, y se fue lentamente del cuerpo que más tarde forenses habituados a estos misterios abren y revisan. Los lencas no están acostumbrados a ver cuerpos vaciados, para ellos es profanación, ¿acaso no lo es? Había que hacerlo para encontrar las evidencias criminales frente a un sistema absurdo e ineficiente, que sin embargo seguimos reconociendo, casi que por la fuerza, todavía, y lo hacemos porque el círculo alrededor de Santos Alberto, ese círculo de su comunidad ha crecido, y ahí están sus hermanas y hermanos copines repartidos en tantos lados, ahí la solidaridad de gente anónima y conocida que manda sus gestos de apoyo, su fuerza. Y de ahí no nos vamos a quitar, y será ese círculo el que hará la justicia, no ellos.
La última vez que la gente del COPINH vio a Santos, estaba jugando pelota y después bailando con el conjunto de cuerdas en una celebración por los logros de la lucha indígena. Unos meses antes anduvo marchando en Tegucigalpa, en una marcha antiimperialista.
A santos le gustaba jugar
A santos le gustaba bailar
A santos le gustaba luchar
A santos lo mató la policía. Lo mató la policía. Lo mató la policía.
Hoy tres de mayo es un día sagrado para el pueblo lenca. Se le da chicha y sangre de aves a la tierra para curarla y pagarle sus favores, para que sea buena la cosecha del maicito que se hace vida en nuestros cuerpos. El ritual es antiguo, es voluntario y de fiesta.
Hoy quedó el cuerpo de Santos en su tierra sagrada. Puedo asegurar que nadie del COPINH, ni de la comunidad de San Bartolomé hubiera querido dejarlo ahí, tan jovencito, tan lleno de vida que ni la muerte se atrevió a quitarle pronto.
El pueblo lenca lo acompaña con rostros de pesar, lloran por dentro. Por fuera las palabras son de obsidiana.

melissa cardoza
La Esperanza, Honduras, territorio en lucha.